06/02/08 REVISTA CAMBIO
Ecos de la marcha
Imposible no referirse a la marcha del lunes que respondió al propósito para el que fue convocada : contra las Farc. Así de simple y así de claro. Una convocatoria que nació en Internet y que se regó como pólvora porque recogía un sentimiento generalizado de repudio a esa organización y a sus métodos.
Se equivocaron los que quisieron desligitimarla y en forma mezquina insinuaron manipulación por parte de los medios. Y se equivocaron, y de qué forma, los del Polo que sintonizaron mal el canal de la opinión pública y creyeron que marchar contra las Farc y rechazar la práctica bárbara del secuestro significaba automáticamente un plebiscito en favor de Uribe.
En las marchas hubo de todo : desde furibistas y uribistas, hasta menos uribistas y antiuribistas de todos los calibres, independientes y sin partido.... Y destacados dirigentes del Polo como el senador Petro, el alcalde Moreno y el ex alcalde Garzón, que se apartaron de la línea dura, doctrinaria y anacrónica de su partido, y entendieron, dentro de una impecable lógica “pambeliana”, que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Que estar contra las Farc no necesariamente es estar con Uribe, ni con los paramilitares, ni a favor de la guerra, ni en contra del acuerdo humanitario, ni en pro del rescate militar.
La marcha no tuvo color político. Fue de todos los colombianos sin distinción de raza, género, credo o chequera. No fue “de odio, racismo y discriminación”, como dijo desde Caracas la senadora Piedad Córdoba, ni fue promovida por los paramilitares como afirmó desde París la hermana de Íngrid Betancourt. Fue, en el fondo, una gigantesca manifestación de solidaridad con Íngrid y con los cientos de secuestrados y sus familias que llevan años viviendo una pesadilla por cuenta de una guerrilla degradada y corrompida, que hace muchos perdió el norte.
Por primera vez, la convocatoria era sencilla y concreta. Por primera vez señalaba un blanco específico. Pero los radicales del Polo acabaron enredados en los vericuetos oscuros de un antiuribismo a ultranza y, sordos al sentir de las mayorías, se negaron a marchar para condenar a las Farc, una organización que ha convertido el más repudiable de los delitos en arma política. Estoy de acuerdo con el profesor Mauricio García, que en su columna del martes en El Tiempo dice que “la izquierda debe condenar los actos terroristas de la guerrilla con la misma fuerza que la derecha está obligada a condenar los actos terroristas de los paramilitares”. Que la derecha no lo haga es harina de otro costal y no exime a la izquierda de condenar a las Farc abiertamente y de frente, sin reservas.
¿Cuánto le costará al Polo su errática decisión ? La posición de si pero no, de concentrarse pero no marchar, sólo alimenta las sospechas de sus contradictores. ¿No se dan cuenta de que ambigüedades como esas conspiran contra su vocación de poder, de que podrían estar alimentando el virus de su autodestrucción ? A veces tengo la sensación de que el Polo –como en el pasado otros movimientos de izquierda democrática– padece una enfermedad autoinmune que no parece tener cura.
Las marchas del lunes demuestran que hay una sociedad hastiada de las Farc, que se conmueve, que reacciona solidaria, que tiene voz y se hace oír. Otra cosa es que las Farc entiendan el mensaje, pero nadie duda de que están más arrinconadas y aisladas que nunca, y de que cada día se les cierran más los pocos escenarios de interlocución política que les quedan.
Mientras tanto, cabe esperar que esta poderosa fuerza de movilización ciudadana no decline, como ha ocurrido en el pasado, y que llegado el día de marchar contra los paramilitares de viejo y nuevo cuño, y de rechazar sus prácticas violentas, los colombianos nos pronunciemos con la misma claridad y contundencia del martes contra las Farc. En lo que a mí respecta, estaré presente.
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